Los profesores nos ocupamos en administrar los contenidos, entregar cronogramas y planificaciones ajustados a un tiempo. Sin embargo nos olvidamos de lo más importante del proceso... los estudiantes. Si, al momento de planificar los contenidos, las estrategias que elegimos se adaptan a lo que nosotros deseamos obtener y nos despreocupamos de evaluar las diferencias individuales de todos y cada uno de nuestros estudiantes, de sus debilidades, esas mismas que sabemos que existen y debemos potenciar. Es por ello que la evaluación de los resultados se hace menos objetiva de lo que en esencia lo es. Y nos sorprende luego ver como estudiantes alcanzan la calificación mínima aprobatoria, cuando en realidad no cubrieron las expectativas esperadas; y es aquí justamente cuando la mea culpa del docente lo acorrala, pero ya es tarde, la consciencia se perdió en el proceso, y no queda otra salida que estirar esa nota, hasta que rasgando el papel alcance el diez. El docente es consciente de su yerro; y el estudiante también; y lo califica con epítetos nada agradables para algunos. Aún así ese estudiante, por mínimo que sea su desempeño está en capacidad sobrada de otorgar el título de maestro a quien realmente dedicó parte de su tiempo no sólo a facilitarle los contenidos, sino a reconocer en él de manera holística las debilidades que no le permiten su desempeño escolar.